1936 - 1944
Guerra civil y emigración
En el verano de 1982, Miguel contó sis experiencias en la guerra civil española a su mujer, Madeline, y a su hija, Constance. Lo siguiente son sis memories de la guerra, junto con su fuga de España después de la derrota de las fuerzas republicanas.
Miguel (a la izquierda, en el barco), en el barco que lo llevó desde Venezuela a la Republic Dominicana en 1941.
Después de la batalla del Ebro, todo el mundo sabía en el ejército que la guerra estaba completamente perdida. Yo lo sabía antes, porque yo ya era refugiado en Cataluña.
Mis padres eran refugiados en Cataluña. Mis padres habían cruzado a Francia en un barquito pequeño desde el País Vasco. Yo salí mucho más tarde desde Asturias. Mi hermano salió de Santander. Y otro hermano estaba luchando con las tropas africanas. Total, que toda la familia estaba completamente dispersada; cosa lógica y natural en una guerra civil.
Porque la guerra empezó el 18 de julio de 1936. Fue el día de la sublevación militar en África. Un día trágico para España, y fue un día trágico para todos los españoles, y posiblemente para Europa también. Pero así fue. Y así continuó por tres años.
El País Vasco se perdió, el año… en el verano del año 37, ya no me acuerdo muy bien. Yo estaba en la academia militar, ya capitán de un batallón, infantería. Perdí a mi gente allí. Saqué a mi padre en un coche, lo metieron en un barco y salieron para Francia.
Santander era una cosa completamente caótica. La gente no sabía lo que hacer, no sabía adonde ir. La delegación vasca dijo a los vascos que fueran a Laredo que allí habría barcos ingleses que los llevarían a Barcelona; cosa que no fue así. Agarraron a todo el ejército vasco en Laredo, los alemanes, los italianos, y los españoles. Muchos fueron fusilados. Otros fueron a los campos de concentración, otros fueron a las cárceles. Total, que allí se disolvió prácticamente todo el ejército del norte.
Estando en Santander, esperando salir, alguien me vio meterme en un barquito pequeñito, que se hundió a los pocos metros. Cuantos murieron, nadie lo sabe. Porque verdaderamente aquello era un caos; total caos. Pero yo no fui en aquel barquito, alguien me vio subir, pero bajé rápidamente porque no me gustó. Y en un barquito que se llamó el Marielena, de la matrícula de Bilbao, salimos para Asturias un grupo de vascos, y posiblemente, santanderinos. Yo no me acuerdo de la cantidad de gente.
Allí estuvimos en Asturias, yo estuve agregado. No tenía todo. Todo el estado mayor estaba completamente desorganizado. Los periódicos mentían tremendamente – que las cosas se iban a arreglar, las victorias del ejército republicano…todo mentira, no había victorias. Solamente había que tener el ojo abierto para saber lo que iba a pasar. Era un desastre total.
De Asturias no había forma de salir. En una forma estaban los fascistas, en otra estaba el mar, con las fuerzas de Franco. No teníamos armada. Y en la otra, en tierra, estaba parte de los italianos y parte de los alemanes. La única esperanza era el mar. Pero ¿cómo?
Entonces, un grupo de vascos de dentro del ejército militar, médico, entre ellos había un socialista, amigo mío, Alangua de Bilbao, un chico muy rubio. Decidimos asaltar un barco, y meter a todo el equipo médico vasco y salir para Francia.
No me acuerdo del pueblecito, pero creo que se llamaba Villaviciosa donde hacen la famosa sidra achampanada. Era un velero. Cogimos al capitán que estaba allí aparentemente, y nos subimos a bordo y le amenazamos de muerte si no ponía el barco en marcha. El puertecito se llamaba Tazones, ahora me acuerdo. El capitán dijo que no tenía la magneto para darle fuerza al motor. Nada podíamos hacer. El motor no andaba, no podíamos salir del puerto. Porque no tenía más que velas y un motor pequeñito.
Pero un muchacho, que estaba arriba, nos dijo, “Él miente.” Él tenía dos y entregó una a la comandancia de marina. Aparentemente la comandancia de la marina en aquellos tiempos exigía a los capitanes de barcos que entregaran parte, la parte más importante de maquinaria de los motores para tener control sobre los barcos, para que no desertaran a Francia. Al oír esto, bajamos a la cabina y Alangua le puso la pistola en el pecho del capitán y le dijo, “Si no sacas en un momento todo esto aquí, te liquidamos. Y el capitán dijo, “Esperar un poco, porque creo que sí que hay otro.”
El capitán puso el cacharro en marcha. Alangua me dijo, “Miguel, vete a la comandancia general médica vasca y saca a toda la gente que puedas que aquí te esperamos.” Yo fui corriendo. No teníamos coche, no había una bicicleta, no había una moto. Eran unos cuantos kilómetros. Los puentes estaban volando a derecha y a izquierda. Yo fui corriendo. Les dije a todos los médicos y a las enfermeras vascas, “Venid, que hay un barco que nos llevará a Francia.” Cogieron todos sus pequeñas cosas y corrieron todos.
Yo llegué a tiempo, y así van a marchar. Dejé a las gentes allí y le dije a Alangua, “Espera un poquito por mí, porque tengo que ir aquí a una esquina, y creo que he visto a un chico o una chica que quiere venir con nosotros. Fui allí y no vi a nadie. Posiblemente, tuvo miedo y se escapó. Volví corriendo y tuve que saltar, y hacer un gran esfuerzo porque el barquito se apartaba ya del muelle.
Con lógica, y quizás con un poco de intuición le dijimos al capitán que se fuera hacia las costas de Galicia, y no hacia las costas del País Vasco. Nosotros pensábamos, y pensábamos bien, que toda la armada española, o fascista, estuviera cerca de los puertos entre Francia y el País Vasco, y así fue. Nos tiramos hacia Galicia, y no nos pasó nada.
Al llegar cerca de las costas de Galicia abrimos, en un ángulo agudo, y nos fuimos directamente a Burdeos, y allí llegamos dos otros días más tarde. El barco no tenía agua, pero había muchas botellas de sidra. Y con sidra hicimos café, y prácticamente fue la sidra la que nos alimentó por unos cuantos días.
De Francia me fui a Cataluña. Estaba enfermo. (Madeline; “You mean you crossed back to Cataluña from France?) De Francia me fui a Cataluña. No tienes que cruzar nada, Madeline, tienes que coger el tren sencillamente. En Barcelona fui a la militar. Me mandaron a un hospital, a un hospital que mi padre había estado treinta años antes. Total, que allí me curaron. (Madeline: “What was wrong with you?”) No sé cuántas cosas había allí. (Madeline: “You said you had lice.”) Sarna, lice, all kinds of things. No me acuerdo exactamente, pero había algo que no estaba bien. Infecciones, posiblemente, de no comer y de sucio y...
Estuve como una semana en el hospital barcelonés, en donde había muchas de las brigadas internacionales, cosa que me produjo una impresión enorme. Pues yo había oído hablar muy poca lengua extranjera en mi vida. Y pregunté a la enfermera si sabía dónde estaba la delegación vasca. Me dijo que sí, que estaba en el Paseo de Gracia. Y me fui andando. Es una avenida preciosa, Paseo de Gracia.
Y bajando, una mujer me echó las manos al cuello, y vi que era mi madre, y con ella estaba mi padre. Venían de la delegación vasca. Y les habían dicho, les había dicho un chico allí, que me había visto meterme en una barquita en Asturias y que me había ahogado; cosa que ellos vieron que no era verdad. En fin, estuvimos allí un rato en un banco sentados. Era un espectáculo, pero no un espectáculo infrecuente en la España horrible de aquella época. Y me dijeron que tenían una finca, una casa de campo, en Vilasar de Dalt. Es un puertecito de la Costa Breve..Brava, puertecito precioso. Y allí estaban. Y allí estaba mi hermano Nicolás también que se había escapado antes que yo de Santander. En una draga llegó a Francia, y de Francia a Barcelona.
Dos meses más tarde mi hermano Ángel desertó de las fuerzas marroquíes españolas, y vino al lado de la República. O sea que un año estuvimos allí todos juntos. Fue el último año. Después de aquello, nadie más. Pasaron muchísimos años antes que nos volviéramos a reunir.
De allí fui destinado al ejército del este, creo que se llamaba del este, no me acuerdo. Como capitán de compañía, me dieron una unidad de mulos a los cuales yo odiaba a muerte. Y me mandaron al Pirineo. Un día me llamaron que habían cogido dos cientos cincuenta prisioneros vascos, navarros, y que los agregaban a mi compañía. Yo los miré y yo me di cuenta de que aquellos chicos iban a estar en mi compañía una semana. Todos iban a marchar al otro lado. No solamente se marcharon, sino se llevaron los mulos con la mercancía.
Total, el jefe de brigada me acusó de ser blando y complaciente, y casi me quería fusilar. Pero aparentemente, yo no hice ninguna resistencia. Se dio cuenta de que estaba hablando con un idiota, o con un ingenuo, o con alguien que ya no le importaba – ni, ni, ni, ni la derecha, ni la izquierda, ni el centro, ni el alto, ni el bajo. Total, que me dejó marchar. (Madeline - Was this the Communist brigade?) Yeah. (Madeline – That’s right, because you told me they put you in a Communist brigade. Yeah, that’s right.)
Allí, me encontré con un vasco de San Sebastián que era maestro. Y era comisario político de la brigada. Chico agradable, simpático, inteligente, pero en fin y al cabo tenía esa cosa comunista un poco cerrada. Yo le confesé prácticamente que yo no tenía nada que ver con los comunistas. Que a mí se me habían gustado los sindicatos de la CNT. El tío se horrorizó. Y me dijo que yo estaba en un sitio equivocado. Me dijo, “Esta gente tiene un odio feroz a los sindicalistas. No lo digas a nadie nada.” Pero ¿cómo no? Si yo lo he dicho cuando llegué en el fichero. Y dice,” No me digas,” y digo, “Sí,” y dice, “¡Atiza!”
Bueno, total, que la batalla del Ebro se estaba dando, y todo el mundo sabía que era otro desastre. No importa si los Republicanos pasaron el Ebro. Cogieron muchos italianos prisioneros. En fin, y hubo una gran algarabía en la prensa. Fue una bonita operación, pero claro no había la suficiente gente ni armas para seguir. Y allí se acabó todo. Fue como una… una burbuja de aire.
Total, que empezaron a llamar gente, porque la gente moría como, como pulgas allí. Y de mi gente se llevaron a unos cuantos capitanes y yo dije, ahora me van a llevar a mí también. Pero nunca me llamaron a mí, cosa muy curiosa. (Madeline – Maybe since they didn’t trust you, maybe they didn’t trust you, because they knew you weren’t a Communist.) Era un momento que…No había necesidad de tener confianza en nadie, Magdalena. El movimiento, la cosa estaba tan desesperada que no merecía la pena ya. Te mandaban así con el dedo, que vaya Miguel. Pero, no, no, nadie me dijo nada, y yo encantado. La verdad; no me interesaba. Estaba bastante desilusionado con todo lo problemático aquel de la guerra. Yo no veía nada, ninguna solución.
Había un muchacho conmigo en la brigada que me confesó que también era de la CNT, o de los sindicatos. Se llamaba Escartín. (Madeline and Constance speaking over each other.) Sindicalista. Se llamaba Escartín. Había sido relojero, y no sabía leer ni escribir. Y parecía un actor de cine. Era un tío alto, muy elegante, una cara extraordinaria, y no sabía leer y escribir. Y cuando hablaba echabas a correr. Lo veías, que cosa más griega, pero una cosa rara, inútil completamente. Pero sí fue muy amigo mío. Era mi teniente y siempre estaba conmigo.
Cuando la batalla del Ebro se perdió definitivamente, yo le dije a Escartín, “Lo siento, pero yo no estoy más aquí. No puedo más con esto. Esto se va a los diablos y en el momento de que se abran las puertas para pasar al otro lado, y casi un millón de personas quiere pasar al otro lado, va a ser una catástrofe inmensa. Ni la quiero ver, ni quiero ser parte de ella.” Y Escartín me dijo, “Yo tampoco, y voy contigo. Yo tengo familia en Burdeos, y seguramente que nos acogerán.”
Una noche, de luna, estábamos haciendo puesto cerca de la frontera con Andorra, encima de La Seu d’Urgell creo que es, ya no me acuerdo bien. Sé que el agua era muy buena, y yo bebía mucha. Una noche nos fuimos andando hasta el puesto del comando, que estaba en manos de la Guardia Civil. Llegamos allí, saludamos. Cuando estábamos hablando, Escartín y yo sacamos la pistola y dijimos, “Nos vamos al otro lado. No se moleste, no dispare, porque nos vamos, sencillamente. Aquí no va a pasar nada.” Yo tenía veinte tres años, Escartín tenía treinta ya. Los Guardias Civiles se quedaron parados. Escartín cometió un error de querer quitarle a un Guardia Civil el fusil. El Guardia Civil dijo, “No, eso no. El fusil es del cuerpo, y eso nunca me quitaréis.” Yo le dije a Escartín, “Déjale.” Pero Escartín se puso pesado y …. Total, que hubo una especie de pequeña refriega entre los dos. Yo me aparté y me fui directamente ya hacia el puente. Le llamé a Escartín y le dije, “Déjalo, no seas idiota.” Por fin lo dejó, echamos a correr. Afortunadamente, había un pequeño, una pequeña curva cerca del puente, y ya aquella nos favorecía en caso de que empezaran a disparar, pero no dispararon. Ni hicieron nada, un silencio total. Y empezamos a andar. En esto vimos un coche venir, un coche que no paró, no sé por qué no. Era un coche de militares españoles que venían posiblemente de comprar tabaco o licor en Andorra. Y no paró. Si para, posiblemente nos matan allí. Pero, no paró.
Seguimos andando hasta llegar a la plaza de Andorra. En la plaza de Andorra, un comité que había allí de no sé quién nos puso en un hotel. La Cruz Roja, no sé quién, nos puso en un hotel. A la mañana siguiente, salimos para el próximo, la próxima ciudad francesa. Cruzamos el Pirineo, fuimos andando un tiempo. Después, cruzamos en un autobús. No me acuerdo bien, no me acuerdo bien de la ciudad francesa, pero me extrañó mucho la comida que había en los escaparates. Me extrañó mucho la gente tan bien vestida. (Madeline – You didn’t tell your parents you were leaving? Your parents didn’t know?) O, yo le dije a mi padre cuando yo me iba a salir de aquel pueblo. Le dije, “Padre, ya nos veremos,” y mi padre me dijo, “No hijo, no nos veremos nunca más.” Mi padre tenía razón, yo no.
En esa ciudad francesa, que no me acuerdo como se llamaba, una ciudad cerca de la frontera con mucha luz, mucha vida. Al día siguiente, dormimos aquella noche allí. No me acuerdo que era lo que pasó, era una cosa rarísima. Yo estaba tan, yo estaba tan cansado, tan, tan deprimido que no me acuerdo nada. Yo quería seguir andando, pero Escartín dijo que no, “Nos vamos a dormir aquí,” dijo. Yo no sabía que ya los franceses tenían preparados campos de concentración. Que sabían que la guerra se perdía en un mes o dos. Eso nos lo dijeron allí. Total, que el día siguiente salimos para Burdeos para encontrar a la familia de Escartín. Era una familia proletaria que nos trató muy bien. Nos dio de comer.
Y allí estuvimos un tiempo. A la estación yo encontré un refugio vasco. Allí dejé a Escartín. Yo le dije, “Escartín, yo aquí no estoy. Yo me voy a América. Sea como sea, yo salgo para América. Tengo que ir a buscar un muelle, o un sitio donde haya vascos. Pero yo aquí no estoy. Esto va a ser una merienda de, de, de, de horrible.” Me dice, “Ojalá yo fuera contigo, Miguel, pero la verdad es, ni sé nadar, y no he visto jamás el mar, y me da un miedo horroroso.” Le dije, “Bueno, pues, estate. Quién sabe, a lo mejor tienes más suerte que yo.” Así nos despedimos. No nos vimos en la vida nunca más. Supongo que estará muerto ya.
Allí me fui al refugio vasco. No, primero fui a la delegación vasca en Burdeos. La delegación vasca me mandó a este refugio vasco. En este refugio vasco encontré a un amigo mío de Bilbao que era farmacéutico. Todos eran vascos. La mujer, que era cocinera, me dio una comida estupenda aquella noche y dormí muy, muy bien. Pero, antes de llegar allí, fui andando desde el autobús. Tenía que cruzar…
… agarrado de un árbol. Me acuerdo de todo, todos mis amigos, de mi padre, de mi madre, del país, de qué sería de mí, qué iba a pasar, adónde iba. No había nadie que me contestara. Tenía una sarna espantosa en el cuerpo. Me picaba todo el cuerpo horrorosamente. Por fin llegué al château este, donde estaban los vascos. Me dieron de cenar. Les ayudé a hacer una cosa, no me acuerdo qué. Encontré otros amigos distintos en Burdeos. Empecé a conectarme con ellos. Y dentro de aquel pueblecito donde estaba el château, encontré a un médico de Guernica, un médico vasco de Guernica. Había estudiado en París y le expliqué lo que tenía, y él me mandó a un hospital de Burdeos. Allí estuve una semana. Por fin, se me quitó la sarna, para siempre.
Volví al refugio. Pero yo no quería estar en Burdeos, yo quería volver al País Vasco francés. Entonces hablé con un jesuita que aparentemente conocía a mi familia en Bilbao. No me explico por qué. O conocía a mi primo Nicolás que tenía una tienda de escultura de iglesia en la Plaza Nueva. Me dijo, “Mira, vete a un refugio cerca de Bayona, Capbreton,” un sitio que era fantástico, precioso sitio, cerca de Biarritz. Y allí fui. Allí me enteré de que había un grupo de vascos que iban a salir para América, para Venezuela para poner unas pesquerías. Al mando estaba un capitán pescador, muy simpático, que se llamaba Burgaña. Después fue un gran jefe en la gran colombiana de Venezuela.
Hablé con él, y él me dijo, “No, no te puedo llevar, Miguel. Yo te agradezco que ofreces voluntario, pero tengo aquí una lista de gente que tiene que venir. Pero, si tú te metes en el barco, y entras, pues ya nada podemos hacer. Te llevamos.” Así fue mi llegada a América. Es decir, me metí en aquel barco. (Madeline – “How big was the boat?”) O, no me acuerdo, treinta pies, twenty-one, twenty-two, twenty-three, thirty, thirty five. Yo me acuerdo de un pescador pequeño, pescador de estos de Ondarroa, de Bermeo. (Madeline – “How many men on it? Cuántos?”) Creo que eran seis hombres en total. Conmigo serían siete.
Yo me metí entre las…Me dijo Burgaña la noche que salían. Y yo me metí, me metí entre las redes. Y cuando ya iban a marchar, vino un cura a dar la bendición al barco. Cura vasco, refugiado también. Encima de eso, uno de los que venían con el cura, o con la delegación vasca, no sé con quién, se sentó encima de mí, y dijo, “Aquí vais bien.” Y yo estaba debajo. Total, yo oí el motor empezar y me di cuenta de que salíamos de la barra porque el barquito empezó a saltar. Ya no estábamos en la ría, ya estábamos en el mar.
En unas horas estábamos cerca de la costa de enfrente de Bilbao. En una hora, enfrente de Bilbao. El mar estaba como siempre está en el golfo de Vizcaya, revuelto y horrible. Pero yo ya para entonces, ya había salido, que había hablado con Burgaña. Todo el mundo se quedó sorprendido. “¿Quién es éste? ¿De dónde sale?” Algunos ya me conocían porque había jugado al fútbol con el equipo vasco contra los franceses en Bayona. So, algunos ya me conocían. Unos me dieron la mano, otros sentían indiferentes. Total, allí estaba. El mar era tan malo que yo creía que nos íbamos a morir enfrente de mi casa. Horrible. Total, que me puse a vomitar malísimo. Estoy vomitando como dos días. Después de dos días, muy bien, no pasó nada. Todo bien, hasta llegar a África, a Dakar.
… oscuras. La entrada al puerto no estaba en el mapa. Es decir, el puerto lo habían agrandado los franceses, y no estaba indicado en el mapa que tenía Burgaña. Posiblemente era un mapa más viejo. Y por poco nos estrellamos contra el muelle. Que no había luces, no había nada. Afortunadamente, yo lo vi. Yo iba en la proa del barco, y vi y le grité al timonero que evitara, y viró. Y pasamos rozando a las rocas. Entramos al puerto. No había un alma, todo desierto.
A la mañana siguiente, vino un capitán de puerto a vernos, “¿Quiénes sois, de dónde venís, adónde vais? Explicamos, y nos dijo que tenía orden de los alemanes, que aparentemente estaban a cuarenta kilómetros de la ciudad de que no saliera nadie. Si entraban barcos, que no saliera nadie. Yo nunca entendí aquello. ¿Cómo si los alemanes estaban allí? Nunca entendí. Nunca supe el porqué de aquella cosa. Pero…
Pusimos petróleo, y a la mañana siguiente salimos. Pusimos agua. Compramos algo de comida, limones, igual plátanos, fruta, cocos y salimos adelante. Para esa, para ese tiempo ya habían declarado la guerra en Europa. Era septiembre. La guerra se había declarado en Europa. Los alemanes habían invadido ya. Creo que, creo que Varsovia. O estaban ya iniciando los bombardeos de Europa, de las grandes ciudades. Nos salió un submarino alemán. Nos miró. Nos miramos. No dijo nada. Él siguió, nosotros seguimos. Y así llegamos hasta Venezuela. (Madeline: How many days?) Yo creo que aparentemente unos treinta días. Una cosa así. No me acuerdo exactamente.
En Venezuela me extrañó muchísimo que aquella gente hablara español, pero hablaban. Estuve en La Guaira. Y así empezó toda la saga de América. Allí estuve un año. No me gustó nada. Allí Burgaña me vino a ver un día diciendo que había leído en una lista que tenía el gobierno venezolano de gente de izquierda que tenía que salir del país, y allí estaba yo. Entonces me fui a… (Madeline: Where did, what were you doing there? How did you make a living there?) I play soccer mostly. (Constance: Professional?) Yeah, I play football. (Constance: ¿Con el equipo venezolano?) Con un equipo español.
Entonces salí y bajé al puerto y me encontré con un bretón francés. Y un vasco, y el bretón, y yo pusimos dinero. Él estaba allí también. Se había escapado de Gibraltar en el barquito. Y pusimos dinero para comprar espagueti, algunas cosas. Y salimos a la mar. Con dirección de venir a Estados Unidos. (Madeline: To go to Miami? Is that where you wanted to go in Florida?) Yeah, Estados Unidos, lo más cercano era Miami. Pero un huracán nos pilló en el Caribe, cerca de Puerto Rico. En el Canal de la Mona. Y los vientos nos tiraron a la República Dominicana.
El barquito encalló. Nos quedamos dormidos, cerramos todo. Encalló en una punta que se llamaba Punta Espada donde había trescientos burros. Había un ruido espantoso de los burros allí. No había más que burros en aquella maldita punta. Por fin vino un barquito del gobierno dominicano. Nos llevó a la policía. Yo dije que yo me quería quedar. Me enteré que había cuatro mil refugiados españoles. Y la verdad, fue un tiempo bastante bueno en la República Dominicana. La gente era buenísima, el dictador era, horrible, Trujillo. La gente era buenísima y no lo pasamos mal. Aquí me encontré con Bernardo Clariana, el poeta español, con Vela Zanetti, el pintor. Me encontré con otros muchos, como Jesús Galíndez, el que fue asesinado por Trujillo – vasco, y su padre me operó del ojo izquierdo cuando la guerra. (Constance; Galíndez? Madeline; he was a doctor in Spain when Papi was wounded. Constance; ah so he was the one who did it.) En Amurrio me operó sin agujas, sin nada, sin anestesia. Y me dijo, “Si te desmayes, pierdes el ojo.” Dije, “Doctor, no creo que me desmaye.” Y no me desmayé. Era un oculista fantástico. (Constance; El padre de Galíndez?) Así nos hicimos amigos. Hablando con Galíndez, él me dijo, “He leído tu nombre, Miguel. He leído tu nombre en un reporte que mi padre hizo a una… en Alemania a un.. en una.. en un consejo médico o algo, una cosa de esas, oculistas, una cosa no me acuerdo completamente, hace muchísimos años, y muchas cosas han pasado. Total, que allí estuve tres años y medio con otros refugiados en la República Dominicana.